viernes, 5 de febrero de 2010

De iguanas y bocachicos (o lo que SÍ me gusta de Barrancabermeja)

Barrancabermeja es tierra de nadie y de todos al mismo tiempo. Su descubrimiento, auge, decaimiento, renacer y auge en su segunda versión han estado influenciados fuertemente por personas ajenas y extrañas a la ciudad. Si hay un lugar donde las tradiciones, antecedentes y legado son una fusión multidimensional y que no corresponde a un patrón en particular en Colombia, es Barranca.

Estas memorias datan inclusive desde años anteriores a 1915, época donde se remontan los primeros escritos de la ciudad en textos como los de de Michael Benedum, especulador estadounidense quién vio en Barrancabermeja una ciudad con mucho potencial económico y en una carta a su familia en su natal Lousiana, narraba con poética fascinación que estaba en un lugar donde “la tierra olía a petróleo”, pero se preocupaba enormemente cómo se las “arreglarían con los cazadores de cabezas de la región, las serpientes venenosas y las boas constrictoras”.

Tiempo después, llegaron comerciantes a suplir las necesidades de una naciente industria petrolera, y echaron raíces en la ciudad. Los más famosos por esa época eran personas descendientes de libaneses, hábiles en el manejo de los negocios, las telas, las confecciones y la entrega de dotación industrial. Inmediatamente se ganaron cariñosamente el apelativo de “turcos” que todavía se mantiene en nuestros días. Adicionalmente, con la entrada en marcha de la refinería se presenció una ola migratoria sin precedentes en la historia del país: costeños, capitalinos, vallunos, paisas y santandereanos se vinieron a probar suerte en la tierra del oro negro.

Esta situación se ha venido forjando por ciclos, que casualmente coinciden con la entrada en marcha de grandes proyectos de Ecopetrol, como el montaje de Balance en los setenta, o de la Unidad de Cracking de la década pasada. Hoy en día, con el proyecto de Modernización de la Refinería de Barrancabermeja, se espera la generación de 7000 nuevos empleos temporales, y con esto, la llegada de muchas personas de todos los lados de la geografía nacional.

Esto es precisamente lo que más me gusta de Barranca, aunque como todo, tiene su lado negativo que argumentaré en otra ocasión. Porque en Barranca no somos de ningún lado, ni correspondemos a ninguna cultura: somos de Santander porque nos tocó un poco a las malas, pero no nos parecemos nada al santandereano promedio. Somos todo y somos nada al mismo tiempo; no hay acento que corresponda a una tierra en particular y tergiversamos tanto el idioma que no sabemos tratar de tú ni de usted correctamente, no tenemos fiestas propias (en reemplazo tenemos cuatro, adaptadas de todos los lados del país), no caemos en estereotipos ni prejuicios tan fácilmente y no podemos culpar al pasado (por ahora) de lo que somos en la actualidad.

De ese mismo punto, es decir, del hecho de no tener cultura, ni un pasado muy antiguo, se deriva todo lo que quiero y me siento orgulloso de Barranca ante Colombia. Me gusta la comida: una fusión gastronómica súper interesante del río, con Caribe y una incipiente actividad ganadera, me encanta que en el mismo sitio se ofrezca un bocachico frito sudado y al mismo tiempo una mujer con aires de palenquera camine ofreciendo cocadas, millo y demás delicias. Me gusta que se hable de comer búfalo sin considerarlo exótico y que en la misma mesa se puede tener una muestra de la comida colombiana más tradicional pero con una mezcla única del barranqueño. Nuevamente, somos todos, pero a nuestra propia manera.

Es cierto, hay mucha gente que dice que acá no hay mucha oferta, y en una semana se alcanzaría a probar toda la comida que ofrece el municipio. No es cierto. Los que lo afirman, posiblemente no habrán ido a almorzar a la plaza satélite de mercado (por estar pendientes de las muy refinadas plazas de comidas de San Silvestre) y recorrer las más de catorce variedades de almuerzo que hay en un mismo lugar: sopa de vena (no de avena), calentado barranqueño, pargo, bocachico, cazuela típica y demás, son platos para mucho más de un mes, y en todos los casos, con un sabor excepcional. Así como lo promulgan los chefs más refinados del mundo, la esencia de una tierra está en su plaza de mercado, y la de acá, huele a todo: al llano, al río, al mar, a la sabana.

También me gusta mucho la gente, y la infinidad de elementos que hay detrás de todos. Alguna vez, Rubén Blades decía que Nueva York tenía más de ocho millones de historias en el mundo; adaptándolo a nuestro medio, Barranca debe tener más de cien mil historias en Colombia. No hay que recorrer mucho para saber que existen los que llegaron acá por trabajo, por un amor correspondido, por uno no correspondido, por cosas de la vida, por probar suerte, por especulación, por visitar y por muchas razones más y se terminaron quedando. Al final de la historia, muchos, pero muchos se quedaron, formaron un hogar y todavía no se quieren ir.

Son muchas cosas más las que me gustan de Barrancabermeja, pero quería resumirlo en dos grandes temas. Creo que la lista de las que no me gustan es mayor en cantidad, pero no en calidad. Al fin y al cabo, yo soy de los que ven el cuento por el otro lado: yo quiero ser como tantos que nos quedamos y nos queremos quedar por mucho tiempo.

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